he tenido perros, gatos, loros, tortugas, hamsters, ratones, lagartos, monos, coatíes, boas... y siempre pensé que no había posibilidad de sorprenderme en lo que respecta al mundo animal. Y sin embargo la sorpresa es eso: una sorpresa. Y como tal puede venir del lugar menos pensado.
En mi caso fue un gato, y para no hacer un prólogo demasiado largo, este animal me convenció de ir al psicólogo.
Si hago un recuento de sus características, debo comenzar por decir que era un animal muy feo. terminó en mi casa solo porque me vi obligado. Era de mi padre, y cuando falleció me lo puso en la herencia como en el gato con botas, y mi reacción, aunque diferencias salvadas, fue bastante similar a la del hijo menor del molinero.
"Gato del carajo" comenzó a presentarse como pensamiento rumiante en los amaneceres, cuando al pasar rumbo a la cocina me encontraba con sus digestiones externas decorando la alfombra, a meros centímetros de su caja de piedras absorventes.
Feo. Tuerto, con una oreja de menos, cola quebrada, pelaje tan desparejo en largo, distribuición y color que había que bañarlo para que parezca sucio.
"Pesadillato" se deslizaba entre mis labios contraidos y mis dientes apretados a la noche, cuando, atravesando la puerta corrediza de cristal se me colaba al entrar entre las piernas y se paraba en la pasada, deteniéndome, asi le hubiera yo puesto su plato como carnada, con su preferida dosis de arenques ahumados.
Si no hubiera quedado tuerto en sus travesuras nocturnas, seguiría de todos modos feo, teniendo, como tenía, su estravismo inquietante e irrespetuoso, sostenido en el cual indefectiblemente buscaba el lugar exacto que le conviniera para mantener un ojo en mi y otro en un interés secundario: la pantalla digital de la cocina; el cordón de la cortina bamboleándose al viento del balcón; los pájaros de paso, piando sobre el arbol de té.
Pero nada de esto hubiera sido suficiente para sacarme de quicio. Y como sugerí antes, las razones para una crisis pueden venir de un lugar insospechado. Y este ademan de felino lo era, porque...
Bueno, no se si es oportuno meterme a explicar lo siguiente, pero parece necesario, como cruzar la puerta para salir a la vereda... Y es que siempre tuve la sensación, inconsciente, de que como humanos, buscar comunicarnos con extraterrestres era como saltarnos el paso de entender lo que piensan animales como los delfines o los perros. Talvez las ballenas y los elefantes. No los gatos.
El esperpento éste cambia de canal siempre a las mismas señales. Lo dije. Así de fácil, pero lo dije.
Díganme loco, pero yo elijo un canal, y estoy escuchando mientras bato los cereales molidos y se los agrego al café y, de repente, escucho como todo queda en silencio, apareciendo de a ratos ruido blanco o voces entrecortadas cuando se demora una décima de segundo más, y luego se detiene, llenándose la casa de voces en chino (o coreano, porque también le gusta un canal de bricolage y modelos en trajecitos, tan delgadas que parecen víctimas perfectas para huracanes). O el espantoso canal de ingeniería informática (¿hay tantos programadores como para que haya un canal de programación en código comentada en voz robótica gangosa, aburrida e interrupta? suena casi como un partido imaginario de tenis entre una impresora y un cajero automático.)
Ese ha de haber sido el primer boleto al diván. Sólo el primero.
La máquina escupe pelos borra los mensajes de la contestadora (lo que ya es algo que me dejó en señal de ajuste cuando lo noté), pero sólo cuando me llaman determinadas y específicas personas: Mi cliente más importante; la hermana de mi jefa -mi amante-; Mi mejor amigo...
No, no me lo estoy imaginando. En ambas actividades lo sorprendí in fraganti, y cuando se dió cuenta de que lo había descubierto me quedó mirando fijamente mientras su pata (¿mano?) seguía moviéndose hasta lograr su objetivo, dejándome congelado a la entrada de la habitación, sin saber qué paso dar.
El psicólogo dice que para todo esto y el resto de la lista que no quiero enumerar ahora más que someramente (encontrarlo susurrándome quién sabe qué en la madrugada, abrir la llave de la bañera de la segunda planta, arrastrar el trapeador para dejarlo de obstáculo en el camino al baño, y varios etcéteras), debe haber explicaciones lógicas, y yo lo convencí de que creo que tiene razón.
Pero acabo de llevar al energúmeno a un pueblo a 5 horas de aquí, para lo que me tomé todo el domingo. Lo dejé atado con un una cuerda de cáñamo atada a su collar y al parachoques de un bus abandonado en el que incluso puede buscar refugio mullido, porque mi crueldad no alcanza a otra cosa por ahora, y sé, porque ya lo ha hecho, que en un par de horas podrá soltarse.
Y me compré una escopeta.